Hoy, al abrir un libro, me encontré con un poema de mi tío, Alberto Urbina, que quisiera compartir con ustedes, pero antes, quiero que lo conozcan a través de las palabras mi hermano Sergio al despedirlo:
"Aunque en nosotros no corre una sola gota de su sangre es el tío más carnal y entrañable de todos cuantos hemos tenido. El tío Alberto fue un tío por adopción al que abrimos no sólo las puertas de nuestra casa sino la más bellas, seguras y permanentes del corazón.
Lo recordaremos siempre con su fino y agudo sentido del humor, con su risa abierta y franca y con su pluma sensible, diáfana, justa y emocionante.
Cada vez que entraba a nuestra casa de la infancia era un regalo: esperamos con ansias su llegada y cuando partía atesorábamos su risa y sus palabras hasta la próxima semana. ...
Como olvidar su fanatismo por la U, en que el fin justificaba ampliamente los medios:” no importa que gane con escupos, patadas y combos, lo que importa es que gane”. Huelgan comentarios para este involuntario precursor de “Los de Abajo” que se perdió tantos goles por estar distraído sirviendo un vaso de vino o intentando la difícil misión de encender un cigarrillo.
Es que mi tío Alberto debe haber sido uno de los tipos más torpes que he conocido en su motricidad fina, como se dice ahora. Para que lo entendamos claro, era un chambón con las manos: cuando había que encender un fósforo para rendir un homenaje en el Estadio, él lograba encenderlo cuando todo el resto lo había apagado y era el único que aún permanecía de pie cuando el resto ya se había sentado nuevamente. ...
Como también fue un singular “Inútil” en las letras, pero esta vez al formar parte del grupo “Los inútiles”, uno de los más importantes de la literatura chilena.
Porque así como era de graciosamente inútil con las manos, era admirablemente hábil con una de las herramientas más humanas del hombre: la palabra.
Oirlo hablar, recitar o leer su poesía con la habilidad de un bailarín que evoluciona entre las palabras del diccionario, entrando y saliendo una y otra vez , era una fiesta. Y ése fue su legado inolvidable: las palabras, las que nos hacían reir, nos daban alegría y nos emocionaban, tras las cuales aparecía ese hombre íntegro, sencillo, leal, con una visión de mundo cargada de humanidad y un corazón grande para querer y ser querido.
Siempre recuerdo uno de sus poemas mayores: “La lámpara secreta” cuyos versos finales dicen así:
Todos los hombres nacen
con un fuego de lámpara secreta
con violín interior, con lento cisne
sin que a veces lo sepan.
Hay que vivir amigos
con el oído atento para nuestra
melodía interior, la que nos hace
alegre la tristeza.
Hay que irse sangre adentro
atravesar fronteras y fronteras
hasta llegar al reino donde arde
la lámpara secreta.
Tío Alberto, tú hiciste alegre la tristeza. Tú te fuiste sangre adentro a encender tu lámpara.
Me gustaría tanto poder echar atrás el reloj del tiempo y de la historia y volver a tenerte joven entre nosotros entrando por la puerta de Dardignac anunciado por las campanas de tu risa. Me gustaría volver al colegio para escribir una composición sobre “Mi tío Inolvidable”. Y no sabes como me gustaría abrir nuevamente y por primera vez “Las Gaitas del Verano” y pedirte que escribieras “Los bombos del invierno”. "
Santiago, 14 de enero 2007